Algunos escritores y pensadores cubanos han reflexionado sobre la agobiante presencia de la espera en la historia y la vida cotidiana del país. El hecho de que desde la cristalización de la nacionalidad, en el siglo XIX, los cubanos siempre tuviéramos que esperar del futuro la llegada de algo que nos completara o que nos aliviara (la independencia política, un mejor gobierno, el desarrollo económico, etc.), hizo de esa vigilia del porvenir una actitud tan visceral que muchas veces se tornó inconsciente y se integró como una parte armónica del carácter nacional: casi todos los cubanos, al margen de credos políticos, sociales y religiosos, hemos vivido, y vivimos, a la espera de algo.
Quizás el mejor modo de ver cómo y cuánto se ha integrado la espera al subconsciente cubano está en la paciencia infinita que hemos desarrollado para resistir las colas que durante cincuenta años hemos debido realizar para cada uno de los actos de la vida cotidiana, aunque la verdadera coronación de la espera como actitud vital se puede observar en la extendida práctica de aniquilar el tiempo con el que tantos cubanos gastan sus horas en cualquier sombra propicia, a la espera de algo (tal vez caído del cielo) que les mueva la vida. En los últimos dos años los cubanos residentes dentro y fuera de la Isla hemos vivido a la expectativa de los posibles cambios que se podían (oque se debían) producir en las esferas económica, social y hasta política de la polémica y atractiva isla del Caribe.
La espera de esas transformaciones llegó a tener momentos de alza dramática cuando a mediados de 2007 el gobierno admitió la necesidad de cambios “estructurales y conceptuales” en el modelo económico y social, y sobre todo cuando se oyeron voces que públicamente reclamaban algunos de esos movimientos (en el congreso de la Unión de Escritores y Artistas, por ejemplo) y cuando se comenzaron a introducir algunas transformaciones y eliminar prohibiciones, aunque la mayoría de ellas se ubicasen más a un nivel formal que en el universo estructural o conceptual del modelo social. Pero la dilatada espera de nuevos y más profundos movimientos soñados que no parecen llegar nunca ha ido venciendo a las expectativas de meses atrás y ha vuelto a despertar la inercia de la espera sin horizontes.
Uno de los cambios por los que se apostaba y que con más ansia se esperaba, era el relacionado con el rígido y limitador mecanismo migratorio que deben seguir los ciudadanos cubanos para viajar al extranjero (el llamado “permiso de salida” sin el cual nadie puede cruzar legalmente las fronteras de la Isla). En ciertos círculos, incluso, se llegó a criticar abiertamente -por primera vez dentro del país- la existencia de esa onerosa autorización de la cual depende la libertad y la posibilidad de viajar de los ciudadanos. Más recientemente hasta se comenzó a hablar de su inminente derogación o de un cambio, más realista para la lógica cubana, como sería la sustitución del permiso por una autorización válida por dos años que se estamparía en el pasaporte en el momento de su obtención.
Como casi siempre ocurre en los flujos que conectan a la base de una sociedad con su superestructura, la insistencia de tantas personas en la necesidad de eliminar el permiso de salida ha estado respondiendo a una realidad social y económica que pugna por manifestarse, con independencia de los discursos y argumentaciones oficiales que las retarden y las condenen a la espera. Pero, como también suele suceder, cuando a una sociedad se le cierra un camino, sus integrantes hacen lo posible por buscar una vía alternativa, y eso es lo que ocurre en Cuba con respecto a la emigración como reflejo no ya de antagonismos políticos, sino y sobre todo del cansancio de la espera.
Para la lógica oficial cubana el deseo de emigrar no debería existir en un ciudadano de la Isla: el solo hecho de vivir en el país de mayor justicia, equidad social, respeto a la dignidad humana deberían bastar para que nadie quisiese abandonar la tierra electa por la historia. Sin embargo, la realidad, más tozuda incluso que los discursos –y estos pueden ser muy tozudos- advierte de la tendencia al incremento de las acciones migratorias y del patente aumento de las cifras de personas que salen de la Isla por una u otra vía, legal o ilegalmente, atraídos o no por esa Ley de Ajuste que automáticamente acepta a todo cubano que ingrese en territorio norteamericano.
Lo más complicado en esa ansia migratoria es que con ella se está revelando una de las más visibles manifestaciones del cansancio de la espera. Porque si bien las migraciones forman parte de la cultura humana desde sus mismos orígenes, en el caso específico cubano lo doloroso es que con ella se está produciendo un fenómeno que compromete directamente a la esencia de la sociedad actual y, sobre todo, a la sociedad del futuro, pues una cifra considerable de los migrantes de las dos últimas décadas (y discúlpenme si no manejo números, tan difíciles de conseguir para determinados aspectos de la vida cubana) son jóvenes profesionales que desmotivados, desinteresados y desconfiados (como advierte un estudio sobre el tema) deciden mover sus expectativas hacia territorios que les parezcan más propicios.
Ese éxodo de los jóvenes, los inteligentes,los preparados es, sin duda, una sangría del presente y del futuro cubanos. Incluso, es hoy una de las causas que, entre otras, están provocando el decrecimiento de la población cubana y su envejecimiento. Al parecer, para los más jóvenes el arte de la espera que practicaron sus antecesores no es una opción con la que deseen jugar por más tiempo. Lo que valdría la pena ahora es saber si la sociedad cubana puede dilatar infinitamente sus esperas, mientras ve desgajarse a tantos de sus mejores retoños.
1 comentario:
De los que estudiamos juntos en la secundaria, el pre y la universidad, más de la mitad estamos fuera... En otras palabras, más de 50 personas de las casi 100 que compartieron el aula conmigo desde el 81.
Saludos desde Berlín,
AB
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