lunes, 30 de marzo de 2009

Cuba, negocio abierto


La economía ha sido el motor de las políticas de apertura aplicadas por Estados Unidos y de las purgas que han militarizado aún más la isla.

JUAN-JOSÉ FERNÁNDEZ - Miami - 30/03/2009

Los tiempos, aunque a veces despacio, siempre cambian. Si al exilio de Miami le hubieran dicho hace pocos años que en uno de los hoteles céntricos de la ciudad se iba a celebrar una feria de comercio con Cuba nadie lo habría creído. Pero ya ha sido posible. La Cuba Trade Expo se desarrolló la semana pasada mientras media docena de los grupos anticastristas más radicales protestaban en la calle. Apenas nada. Dentro, no sólo estuvieron especialistas o empresarios interesados en abrir completamente el comercio con la isla, sino también investigadores a tiempo completo del tema cubano. Todos, navegando ya por aguas propicias.


Tras la suavización de las restricciones de los viajes y el envío de remesas a Cuba por parte de Estados Unidos, la presión no cesa. Está en marcha en el Congreso un proyecto de ley bipartidista, no sólo demócrata, para dar mayores facilidades a las exportaciones agrícolas que dejan el embargo impuesto en 1962 cada año más en entredicho, y esta misma semana se plantea otra iniciativa en el Senado que intenta abrir los viajes también a los ciudadanos estadounidenses.

"Las empresas de Estados Unidos tienen que estar listas para una apertura total del mercado, y el Gobierno debe facilitar aún más las cosas, como permitir a Cuba comprar con crédito". Ésta fue la conclusión principal de la Cuba Trade Expo. Aun con todas las cautelas por la falta de garantías en un país tan especial, empresarios y un cada vez mayor número de legisladores se sitúan todos en la misma línea. El negocio busca más negocio.

Actualmente, Estados Unidos es ya el quinto socio comercial más importante de Cuba gracias a un vericueto humanitario permitido por el presidente Bill Clinton en el año 2000: venta de alimentos, con pago al contado. Más de 700 millones de dólares de negocio en 2008, nuevo récord de hipocresía. Desde Port Everglades salen continuamente desde pollos hasta arroz, pasando por todo tipo de productos del campo de la América profunda. Cuba, supuestamente embargada, debe importar más del 80% de los alimentos que consume.

"Es una vergüenza hacer negocios con una dictadura que tiene en la cárcel a presos políticos" es el argumento esgrimido por los defensores de las medidas más duras siempre contra el régimen de La Habana. Pero la inercia económica parece imparable. Y cualquier empresario les recuerda el cinismo que se practica con China. Los negocios son los negocios, y más en los tiempos que corren, en los que cualquier resquicio de mercado puede ser una tabla de salvación. Poco importa que Cuba sea un riesgo como mal pagador cuando le dan facilidades y que a ninguno de sus vecinos turísticos les convendría un competidor abierto tan potente. No es descabellada la teoría de que al cambiarse La Habana por Las Vegas hace medio siglo y al crearse después muchos negocios turísticos en el Caribe a nadie le ha interesado realmente abrir la isla revolucionaria en todo este tiempo. Pero algo más, parece que ya sí.

Cuba, por encima de valoraciones o críticas, después de medio siglo revolucionario, se ha encastrado y tiene un puesto inamovible. De ahí las ocho últimas visitas de presidentes como apoyo a la isla o el reconocimiento de Costa Rica y El Salvador, los dos únicos países americanos que quedaban sin relaciones diplomáticas, salvo las particulares con Estados Unidos. Cuba, sin participar, será la gran protagonista de la Cumbre de las Américas en Trinidad, del 17 al 19 de abril, mientras la UE coquetea cada vez más con la isla, obviando a los disidentes, como todos. Hasta el conservador ex presidente del Gobierno español José María Aznar ha pedido el fin del embargo, sin condiciones. Lo hizo en Madrid, no en Georgetown, apenas 15 días después de que sorprendiera con la misma idea el senador republicano Richard Lugar.

Una última encuesta de la Universidad de Miami, nada sospechosa para los más conservadores, que descalificaron sondeos anteriores con resultados por primera vez a favor del levantamiento del embargo, ha dado también datos significativos del tsunami cambiante. Entre 2.500 encuestados, un 56,5% está de acuerdo con el embargo, pero sólo el 22,8% de los jóvenes. Y lo suprimiría ya un 43,5%, cuando en 2004 sólo se mostraba partidario de hacerlo un 27%. Grupos e instituciones quieren cambiar el rumbo.

El dinero manda. El reciente levantamiento de restricciones a los viajes y a las remesas de los cubanos a la isla dio un protagonismo mayor al Departamento del Tesoro que al Gobierno de Barack Obama. Antes de suavizarse las medidas anteriores de George W. Bush, se eliminaron de los presupuestos las partidas para perseguir a los infractores de las mismas. Ahorro de gastos, que no son negocio. Cuba dice que espera más cambios, pero histórica y estratégicamente no le interesa el levantamiento del embargo o la supresión de la Ley de Ajuste, que critica, pero le sirve de coartada. Le basta con negocios suficientes para mantener la Revolución en crisis endémica. Nada de contrapartidas.

Por algo Obama ya ha recibido dos cartas de protestas del exilio. Una, de ocho congresistas (entre ellos, los más conservadores de Florida) y otra, de la Fundación Cubano Americana, advirtiéndole de que al final se va a ayudar a Cuba con dinero del contribuyente sin pedir nada a cambio: ni elecciones libres, ni libertad de presos de conciencia.

Pero la carrera parece imparable. Raúl Castro ha cerrado filas con la anuencia de su hermano Fidel, aún patriarca de un negocio que atraviesa una gravísima crisis económica agravada por los huracanes de 2008. Amigos y enemigos coinciden en que el Minfar, el Ministerio de las Fuerzas Armadas dirigido siempre por Raúl, ha sido el que mejor ha funcionado en la Revolución. Ahora, trata de hacer lo mismo con todo el país. Métodos militares como medicina. Por eso se ha rodeado de sus fieles, sobre todo generales, y ha purgado a los civiles que no eran de los suyos, sino de su hermano, aunque éste no dudó en acabar de mandarlos al infierno por "indignos".

"Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada", dijo Fidel a los intelectuales en 1961. "¿Revolución? Nada de eso, chico", comenta un ex preso político. "No se atrevió a decir los Castro, los dueños de Cuba, entonces y ahora". Todo atado, además, con vistas al Sexto Congreso del Partido Comunista, previsto para el último trimestre del año.

Si alguien del exilio tenía alguna esperanza de cambio real en la isla, se fue evaporando cuando vio que Fidel no se moría el verano de 2006 y que resucitaba una y otra vez, mientras su hermano se enrocaba en la sucesión familiar.

Cada vez cobra más fuerza la teoría de un cubanólogo pesimista: "Cuando el Ejército, jefe de la finca, haga una supuesta transición, los países mirarán para otro lado a fin de que los generales a la cabeza de ministerios y empresas sigan liderando los futuros consejos de administración como un signo de solidez. Será el pago a sus servicios por dar un paso sin derramamiento de sangre y muy práctico para seguir todos haciendo negocios rápidamente con la isla".

Tomado de El Pais

domingo, 29 de marzo de 2009

Las relaciones exteriores y las demandas de una nueva era.




Por ORLANDO MÁRQUEZ

El año 2009 se ha iniciado para Cuba con un desfile de visitas presidenciales de América Latina. Martín Torrijos, presidente de Panamá, fue el primero. A él le siguieron Rafael Correa, de Ecuador; Cristina Fernández, de Argentina, Michelle Bachelet, de Chile y Álvaro Colóm, de Guatemala. En otro momento las autoridades cubanas deben recibir al presidente de México, Felipe Calderón.

Entre otras cosas, podemos percibir que:

1- Cuba es bienvenida a la región de modo decidido (no a la OEA) después de su participación en la cumbre presidencial de Brasil en diciembre pasado, y los presidentes de la región al mismo tiempo reconocen de facto el traspaso de poder en Cuba.

2- Latinoamérica ha clausurado finalmente el periodo de aislamiento que por tanto tiempo Estados Unidos logró mantener hacia la Isla. La integración de Cuba a la región –que era una “aspiración” en la Constitución de Cuba de 1976, y fue “reafirmada” en las modificaciones constitucionales de 1992–, parece comenzar a tomar forma a inicios del siglo XXI. El tiempo se ha encargado de despejar el camino para que comprendamos que la integración debe lograrse ante todo con los países vecinos, quienes comparten intereses similares, tanto en materia de seguridad como de desarrollo.

Cuba tiene mucho que aportar a la América Latina, y tiene también mucho que aprender de sus vecinos. De este modo el país no solo gana legitimidad en la región, también diversifica y actualiza sus vínculos políticos, culturales y comerciales, mientras da un carácter más racional a las relaciones con Venezuela. Las relaciones que Cuba y Venezuela mantienen en la actualidad no deben sufrir alteraciones mayores, al menos a corto plazo. Pero Cuba parece haber entrado en una nueva etapa que supera los límites del ALBA, una alianza político económica cuya fortaleza pudiera dar síntomas de debilitamiento en cualquier momento, pues depende más de los precios del petróleo venezolano que de la “voluntad revolucionaria” del presidente Hugo Chávez. Por otro lado, el país relanza sus vínculos con Rusia, trata de acomodar sus intercambios de nuevo tipo con China, inicia una nueva etapa en de sus relaciones con la Unión Europea y comienza a considerar una mejoría en las relaciones con Estados Unidos.

En efecto, el éxito no está en el compromiso restringido con una sola nación o grupo de naciones, cuyas estructuras de soporte pueden tener carácter temporal si se sustentan fundamentalmente en proyectos políticos de fuerte contenido antiimperialista, sino en la diversificación de las relaciones y, por tanto, del mercado, del intercambio y la colaboración.


Páginas de gloria internacional, y dolor interno


Pocos países –si alguno– de los que se conocen como pertenecientes al Tercer Mundo, han tenido un protagonismo tan decisivo en la historia del mundo contemporáneo como Cuba. No está bien decir que el país fuera desconocido antes de 1959. Música, deportes, azúcar, y aún tierra de oportunidades para decenas de miles de emigrantes europeos, árabes y asiáticos, fueron indicios de identidad cubana a nivel internacional. Y a ello también contribuyó, con sus luces y sombras, el intercambio de todo tipo con Estados Unidos.

Cuba también llegó a ocupar cierto protagonismo en la élite mundial con fi guras descollantes como Cosme de la Torriente, abogado, diplomático y primer hispanoamericano en ser elegido presidente del Tribunal Penal Internacional de Justicia de La Haya a inicios de los años 20 del pasado siglo; o como Antonio Sánchez de Bustamante, jurista destacadísimo y creador del Código Bustamante, asumido primero por varias naciones de América y que sentó, después, las bases del Derecho Internacional moderno.

Sin embargo, después de 1959, tras la solidificación de ciertos códigos que dieron ropaje al proyecto revolucionario cubano, bautizada la revolución en el aparentemente indestructible credo socialista internacional, y arrastrado así el país por la fuerza gravitatoria de la URSS y de todo el bloque socialista hacia la guerra fría, pareciera que tal proyecto no se completaría sin rebasar las fronteras marítimas del Caribe. No había límites para la revolución cubana, o, en todo caso, el mundo era el límite.

Tras la celebración en La Habana de la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina en 1966, en la que participaron numerosos líderes políticos de países ubicados en esas regiones, y la consiguiente creación de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), el gobierno cubano desató una ofensiva internacional que, si bien pudo haber tenido el visto bueno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como líder del socialismo internacional que aspiraba a expandir su influjo en el hemisferio Sur como contrapeso al capitalismo exitoso prevaleciente en el hemisferio Norte, fue sin embargo una iniciativa lo suficientemente singular y autónoma como para ser identificada “producto de Cuba”, un producto que ha logrado sobrevivir a la desaparición de la era soviética. Aún en el mismo periodo en que la fuerza de la URSS parecía indestructible, la influencia de Cuba en el Tercer Mundo alcanzaba proporciones que hubieran deseado poseer

los sucesivos emperadores del PCUS para sus empeños geopolíticos.

Quizás el clímax de todo este esfuerzo llegó en septiembre de 1979, cuando Cuba pasó a presidir el dividido, pero importante, Movimiento de Países no Alineados (NOAL) tras la Cumbre de La Habana. Sin embargo, tres meses después, tras la invasión soviética a Afganistán y ante la oposición de Cuba a admitir una condena del grupo NOAL a tal afrenta, buscada fundamentalmente por muchos países musulmanes integrantes del movimiento, éste comenzó a ser cuestionado y entró en una nueva etapa de debilitamiento, precisamente causado por la alineación de Cuba con la URSS cuando, de hecho, argumentó a favor de la

invasión en tribunas internacionales como las Naciones Unidas. A pesar de ello, la dirigencia cubana supo desarrollar y multiplicar sus iniciativas de influencia

mundial más allá del movimiento NOAL.

En efecto, el gobierno cubano ha puesto en práctica las directrices

que fija la Constitución para la “política exterior revolucionaria”: solidaridad,

internacionalismo, antiimperialismo… Y todo ello protagonizado por un ejército de ciudadanos formados en las más variadas categorías: soldados, constructores, médicos y técnicos de la salud, artistas, instructores deportivos, asesores políticos y de inteligencia o de movilización de masas. Invaluables recursos humanos acompañados de cuantiosos recursos económicos fueron desplegados en las regiones más insospechadas, expresión de la influencia mundial de la revolución cubana.

El glamour de la épica revolucionaria cubana se podría traducir en miles de muertos en África y otras regiones, en miles de familias cubanas deshechas o en millones de dólares que no fueron invertidos en el desarrollo nacional, pero los dividendos incluyen también prestigio y legitimidad a escala mundial, contribución al fi n del apartheid en Sudáfrica, el surgimiento del Estado namibio, cientos de miles de personas curadas o alfabetizadas, llamar la atención sobre los olvidados del planeta.

Los resultados de tal política van más allá de un puesto en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra a pesar de las numerosas condenas recibidas sobre el tema, o lograr cada año una abrumadora condena a Estados Unidos por un embargo económico que cada vez más personas llama bloqueo. En plena era de globalización, millares de hombres y mujeres de decenas de naciones que se formaron como profesionales en Cuba, de vuelta a sus países o residiendo en otros, forman ya una red de defensores de Cuba y su revolución. Entre ellos hay marxistas, pero también liberales, católicos, budistas y musulmanes, algunos viven como profesionales en su pueblo natal y otros han llegado a los primeros puestos de su país. La Opus Revolutionaris rebasó los límites del Caribe. Una política para una realidad Raúl Roa García, quien fuera por muchos años ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, escribió en octubre de 1968 un artículo en el que afirmaba que la política exterior del país estaba condicionada por la región geográfica donde se ubica, y dictada por “los principios, las necesidades y las aspiraciones del pueblo cubano, de los movimientos de liberación de América Latina, África y Asia y del movimiento comunista internacional” (Raúl Roa, “Política Exterior de la Nación Cubana”, en:

http://cubaminrex.cu/CancillerDignidad/Articulos/Homenajes/2008/Politica.html

Por qué aparece aún hoy, 40 años después de formulada, una declaración de este tipo en la presentación cibernética del MINREX cubano, como si conservara toda su

actualidad y vigencia, no resulta tan incomprensible. El artículo en cuestión abunda en el espíritu antiimperialista de la política exterior cubana, y el imperio, identificado como Estados Unidos por el gobierno cubano, todavía existe. En la misma Constitución cubana, al referirse a las relaciones exteriores, se habla de “principios antiimperialistas”, “política imperialista” y “condena al imperialismo”(Art. 12, incisos ch y d).

Hoy, tanto los “movimientos de liberación” como el “movimiento comunista internacional” son historia, pero el país continúa ubicado en la misma región geográfica, que también ha cambiado. Cuba mantiene un sistema social difícil de definir en el momento presente. Después de las transformaciones ocurridas en el mundo a fines del siglo XX, la fuerza política rectora del país entró en un reacomodo ideológico que aún no ha logrado concretar. Las numerosas contradicciones que observamos, como son la existencia del trabajo por cuenta propia y las trabas que le acosan, la doble circulación de monedas y la correspondiente dualidad de mercados, el salario en una moneda y la estimulación en la otra, las reformas anunciadas y retardadas, la incapacidad del Estado para satisfacer materialmente a la población, así como el aumento y reacomodo de las necesidades de esta última, entre otras cosas, son expresiones de que el país vive aún en el vórtice de la crisis.

Los últimos pasos dados en las relaciones internacionales quizás sean un indicio de que el gobierno cubano comienza a ajustarse al tiempo presente, al comprender que más allá de los proyectos políticos de cada nación, los intereses últimos están centrados en la estabilidad y la prosperidad individual y social, una realidad que depende en mayor medida del mercado, anterior al socialismo e, incluso, al capitalismo. El mercado es esa entidad, tanto local, como regional o mundial, a la que todo individuo o grupo de individuos, nación o grupo de naciones acude para lograr satisfacer sus necesidades primarias de supervivencia y reafirmación, tanto espirituales como materiales. El mercado regulado, donde puedan expresarse a un tiempo libertad, responsabilidad y justicia, es también cultura y, por el mismo hecho, un medio de desarrollo humano.

Por otro lado, hoy Cuba no solo ha logrado darle nuevas esperanzas al movimiento NOAL, que sigue siendo un cuerpo de cierto peso en las relaciones internacionales; es común, en otros organismos y foros mundiales, que los miembros de las delegaciones de numerosos países, antes y durante la promoción de sus iniciativas de proyectos de resolución, propuestas, modificaciones, condenas, o simples sugerencias, busquen asesoría en sus colegas cubanos, expertos en el Derecho Internacional y profesionales negociadores capaces de maniobrar en las diferentes realidades culturales, económicas y políticas.

En la arena internacional todavía hay que contar con Cuba. En las relaciones exteriores, cuando se trata de Estados Unidos, el asunto recibe un tratamiento especial. Aun cuando al Departamento de América del Norte del MINREX cubano corresponda conducir el trato con el vecino del norte, el hecho mismo de que el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, condujera las pláticas bilaterales en materia migratoria –mientras estas duraron–, o sea considerado hoy como un referente especial cuando se trata de conocer el criterio oficial cubano sobre aquel país, es señal del carácter singular que el gobierno concede a las relaciones.

Ciertamente el señor Alarcón, ex ministro de Relaciones Exteriores, es un gran conocedor del tema, de la historia y la política interna y externa de Estados Unidos, y también de sus protagonistas; no obstante es demasiado llamativa su “usurpación” autorizada, que pone en duda la capacidad de los diplomáticos en el Departamento de América del Norte del MINREX, y deja en evidencia la blanda institucionalidad existente en Cuba.

Ambos países pudieran entrar ahora en un nuevo periodo de sus relaciones. Y esto es así no sólo por el cambio de gobierno en Estados Unidos, o por el cambio de presidente en Cuba, pues basta con atenerse tanto a las palabras de Barack Obama y de Raúl Castro en los últimos meses para deducir que ambos son conscientes de la conveniencia de buscar nuevas fórmulas de entendimiento y de que el mundo de hoy no es el de la guerra fría. Si de verdad ambos prestan atención a lo que demanda al respecto la mayoría de los ciudadanos de ambos países, se puede deducir que no hay muchos motivos para posponer el diálogo. No será fácil sin embargo, sobre todo después de tantos años de encono, enfrentamientos, y con no pocas personas influyentes que se oponen, en ambos lados, a la normalización de las relaciones. La regla que se aplica en técnicas constructivas es también válida para las relaciones personales e internacionales: es más difícil reconstruir que destruir. Pero casi nada es fácil en política, y corresponde a los presidentes tomar decisiones que ningún otro funcionario o ciudadano común puede tomar.

Del lado de allá se habló primero de diálogo sin condiciones, después de tantear las posibilidades, pero sin mayores exigencias. De este lado, no se ha hablado tampoco de precondiciones, sino de “gesto por gesto”, además de críticas al embargo o bloqueo económico y hasta de la posibilidad de intercambiar prisioneros: los que quedan en prisiones cubanas detenidos en 2003 y acusados de trabajar al servicio de Estados Unidos, a cambio de los cinco cubanos que permanecen detenidos en Estados Unidos desde 1998, quienes formaban parte de un grupo mayor llamado Red Avispa, acusados de espiar para el gobierno cubano. No sé qué posibilidades reales habrá de materializar esto último, una fórmula que recuerda el periodo de

la guerra fría o el intercambio de prisioneros entre ejércitos en guerra (aunque en nuestro caso aún seguimos en la guerra fría y puede decirse que lo único que ha faltado ha sido declarar oficialmente la guerra). Incluso el poder Judicial en Estados Unidos, a diferencia de Cuba, es independiente del poder Ejecutivo y tampoco está claro que esos cubanos que guardan prisión en Cuba deseen todos trasladarse a Estados Unidos. De cualquier forma, e independientemente de que tal intercambio se concrete, con el respeto de la dignidad de los prisioneros, quizás no sea tan difícil avanzar en este sentido si se lograra un acuerdo mutuo. El presidente de Estados Unidos está “facultado para suspender la ejecución de las sentencias y para conceder indultos tratándose de delitos contra los Estados Unidos, excepto en los casos de acusación por responsabilidades oficiales” (Constitución de los Estados Unidos de América, Artículo II, Sección 2); mientras en Cuba, y de acuerdo con la Constitución vigente, la Asamblea Nacional puede “conceder amnistías” (Artículo 74, inciso f ), y el Consejo de Estado puede “conceder indultos” (Artículo 90, inciso ll).

¿Es este un procedimiento para iniciar una senda de diálogo que ponga fi n al enfrentamiento? No sabemos. Son muchos los caminos que llevan a Roma, también a Washington y a La Habana. El camino de la paz no tiene fórmulas rígidas ni se guía por manuales ideológicos, pues andar ese camino casi invariablemente depende de la buena voluntad de las partes enfrentadas.

Los conflictos suelen surgir cuando se da un choque de intereses y se percibe la necesidad de defender los intereses propios, procurando, en ocasiones, si es posible, dañar o derrotar los intereses del otro. ¿Cuán opuestos están hoy los intereses de Cuba y Estados Unidos? Ciertamente no lo están como lo estuvieron hace 50 años. Y acudir a las razones ideológicas –como a las culturales o las religiosas– para dificultar el diálogo, ha sido siempre cortina de humo levantada para ocultar la incapacidad o falta de voluntad para resolver las diferencias.

Estados Unidos no es hoy una amenaza para Cuba, del mismo modo que Cuba no lo es para Estados Unidos. La estabilidad regional, la migración regulada y el reencuentro familiar, así como el comercio bilateral y la lucha contra el tráfi co de drogas, constituyen hoy intereses comunes de ambas naciones. Si se destierra definitivamente la receta “ganar-perder” y se sustituye por la de “ganar-ganar” sobre todos esos intereses comunes es posible comenzar a andar el arduo pero siempre dulce camino de la paz.

Contrario a lo que tal vez muchos consideran Cuba, a pesar de ser un país pobre, no está a la zaga en materia de globalización. No es la economía lo que sitúa al país en un lugar de cierta relevancia regional y mundial, sino su bien desarrollada red de relaciones supranacionales, así como el intercambio humano dado por la presencia de miles de cubanos que trabajan en otras regiones y por la considerable cifra de jóvenes de diferentes culturas y países que han estudiado y estudian en la Isla. No puede ignorarse el papel que desempeña también el turismo como vía de intercambio cultural y en vías de crecer en los próximos años, si bien por el momento es limitado al planificarse en un solo sentido.

Cuba ha tenido muchos éxitos en las relaciones internacionales, sin embargo no puede decirse lo mismo de las relaciones nacionales. La emigración constante y el delito extendido, por citar dos ejemplos de verdaderas sangrías que padece el país, son síntomas del agotamiento de las viejas estructuras y moldes superados no solo por el tiempo, sino también por la propia cosecha del proyecto social.

Del mismo modo el disenso político, aunque débil, es un reto que no puede ser ignorado por mucho más tiempo, o atacado con argumentos propios de la guerra fría, en un mundo globalizado e interconectado, sin levantar sospechas, dudas y cuestionamientos. El reconocimiento de los derechos sociales y políticos de quienes piensan de modo distinto –aunque fuesen minoría– ha sido una carencia y una debilidad ética del proyecto socialista cubano, que solo ha tenido para tal reto dos propuestas siempre controvertibles y nada justas: el castigo o el exilio. Pero ni la emigración, ni el delito ni el disenso desaparecerán con leyes y retórica, de hecho muchos de los que apelan a la retórica terminan emigrando u ocupando puestos ventajosos para obtener por vías irregulares lo que no podrían haber obtenido en puestos inferiores. El discurso contra la unanimidad y el igualitarismo del presidente Raúl Castro, permite suponer un cambio de actitud que vaya dejando atrás las absurdas y abundantes restricciones, a la vez que se democratiza la vida nacional y se desatan nuevas oportunidades para desarrollar el talento ciudadano, que es desarrollar el país. Para dejar de ser un país pobre y dependiente hay que proponérselo, aceptar el riesgo y actuar en consecuencia.

La era de la globalización trae consigo nuevos compromisos internacionales que exigen también nuevos compromisos nacionales. La voluntad de integración y el aprovechamiento de las oportunidades que pueda brindar una globalización racional y ética, dependen hoy en gran medida del reacomodo de la ingeniería social y su saneamiento y de la promoción de las potencialidades internas de cada país. Salud y educación no son ya suficientes.

Libertad, oportunidad, trato justo, reforma institucional, entre otras, son exigencias para cada país que desee avanzar y ser respetado en el mundo del siglo XXI. Actuar de modo contrario no implicará la desaparición de tal país, si o su congelación en el tiempo, o su permanencia en un estado de mediocridad planificada, una desventaja cada vez más difícil de superar. Es sumamente difícil integrarse y hablar de respeto a la diversidad, o demandar igualdad de oportunidades para grandes y pequeños cuando se trata de naciones, al tiempo que esas virtudes son engavetadas a nivel local. Acercarse al mundo hoy día implica no solo llevar y traer ofertas económicas, sino también ser transparente y aceptar rendir cuentas a nivel internacional.

La integración regional y mundial demanda una sana integración nacional que pasa por el mejoramiento de las relaciones internas. El reclamo de Juan Pablo II de que Cuba se abra al mundo y de que el mundo se abra a Cuba, mantiene toda su vigencia. Nuestro país puede esforzarse en mejorar aún más su imagen internacional con gestos continuados de solidaridad e internacionalismo, pero es necesario

ahora procurar la convergencia política de las relaciones internacionales y las relaciones nacionales. El éxito del país descansa hoy en esa coherencia política impulsada por una ética única, tan válida ad intra como ad extra, como los dos raíles que definen un mismo sendero. El precio por romper el aislamiento es el premio aún no alcanzado por la sociedad cubana.


Revés diplomático de Bachelet en Cuba revela pugna entre Fidel y Raúl Castro


Uno de los factores más importantes para entender el impasse son las diferencias -cada vez mayores- entre los dos hermanos sobre el rumbo que debe adoptar su país.



En la noche del jueves 12, en el tercer día de su gira a La Habana, la Presidenta Michelle Bachelet se veía muy satisfecha mientras conversaba con los demás invitados en una cena reservada en la casa del empresario Max Marambio. Según participantes de la cita, entre otros comensales -que degustaron un cerdo a la parrilla- estaban Fidel Castro Díaz-Balart, el hijo mayor del ex jefe de Estado el canciller cubano, Felipe Pérez Roque; el presidente de la CPC, Rafael Guilisasti, los senadores Carlos Ominami y Jaime Gazmuri, el diputado Marco Enríquez-Ominami, el director de Protocolo, Fernando Ayala, y el ex canciller y asesor de imagen país Juan Gabriel Valdés.
Hasta ese momento, la Presidenta tenía una evaluación muy positiva del viaje, que para ella representaba, sobre todo, un hito histórico vinculado a sus raíces de izquierda. En casi todos sus encuentros había resaltado su condición de segunda Mandataria chilena en realizar una visita a Cuba después de la de Salvador Allende, en 1972. Ese mismo jueves, además, se había realizado la cita más simbólica: una conversación de una hora y media con Fidel Castro (83), que ella calificó de "muy importante, muy grata, de muy alto nivel".
El canciller cubano llegó a la casa de Marambio con un set de siete fotografías de la reunión y se las entregó a la Mandataria, quien escogería dos para su divulgación pública. La preocupación era que no se repitiera lo ocurrido con Cristina Kirchner semanas antes, cuando la demora en entregar las imágenes desató sospechas de que éstas eran trucadas.
Bachelet se retiró alrededor de las 2.00 de la madrugada. A esas alturas ya circulaba desde hace al menos tres horas la columna de Castro que terminó por empañar su gira y ponerla en un serio entredicho en uno de los puntos más sensibles de la política exterior chilena: el tema marítimo con Bolivia.
El golpe tomó por sorpresa a la comitiva presidencial y a los parlamentarios socialistas que la acompañaban por varios motivos. La Presidenta había decidido realizar el viaje como un gesto a la Cuba de los Castro, pese a los costos internos con sus socios de la DC y a las fuertes críticas opositoras. Además, no se había cansado de repetir que una de las grandes razones de su presencia en Cuba era para saldar "una deuda de gratitud" por haber acogido exiliados chilenos del régimen militar. Tampoco había pronunciado frases críticas a la ausencia de democracia en la isla ni guiño alguno a los disidentes.
En la mañana del viernes, los rostros de la Presidenta y de su comitiva reflejaban la perplejidad y molestia por lo ocurrido. No había dos opiniones sobre el impacto: Castro había convertido la gira en un gran tropezón diplomático. También existía unanimidad de que minimizar el peso de las palabras de Fidel, sosteniendo que eran comentarios de una persona sin cargos en la administración cubana, era difícil de sostener.
Antes del incidente, en el gobierno se admitía que una de las medidas del éxito de su visita era ser recibida por el mayor de los Castro. Las circunstancias de la cita -la salida intempestiva de una actividad y la suspensión de la siguiente para ir a verlo, conducida por Raúl Castro- reflejaban la importancia que le daba a la reunión.

NEGOCIACION CON PEREZ ROQUE

La primera opción que barajó el gobierno para reducir el impacto del golpe carecía de realismo: un comunicado conjunto de los cancilleres donde quedara claro que las palabras de Fidel no interpretaban las conversaciones oficiales.
Poco después de las 10 de la mañana, mientras la Presidenta cumplía la agenda de visitar el Centro Histórico de La Habana Vieja, un Foxley visiblemente nervioso se mantuvo rezagado por varios minutos en una calle cercana, hablando por celular. Al otro lado de la línea, Pérez Roque le respondió que no existía ninguna posibilidad de una declaración desautorizando al mayor de los Castro.
Tras la negativa, según fuentes de la comitiva presidencial, el gobierno chileno se jugó la carta de advertir con firmeza que se estaba analizando la posibilidad de que la propia Presidenta Bachelet saliera a criticar al ex jefe de Estado cubano. Al final se pactó que Foxley se encargaría de hacerlo, bajo la promesa del gobierno del menor de los Castro que nadie saldría a retrucarlo.
El canciller, quien nunca vio con buenos ojos el viaje, realizó con satisfacción la tarea. "No vamos a dejar que la columna de opinión de una persona retirada opaque una buena visita", afirmó a la prensa, junto con cuestionar que el comandante filtrara una conversación privada. Para muchos, lo ocurrido marcó un hito: que alguien en suelo cubano lo criticara con fuerza -sobre todo una autoridad extranjera- sin recibir una durísima respuesta.
A esa inédita licencia para criticar al mayor de los Castro se sumó, pocos minutos después, el cordial almuerzo entre Bachelet y Raúl Castro (78) junto a casi 100 invitados oficiales en el Habana Club. Ahí Raúl -quien en todo momento derrochó simpatía hacia la delegación chilena- incluso se permitió ironizar sobre la afición de su hermano mayor por los largos discursos, lujo que nadie más se puede permitir en la isla.

DIFERENCIAS ENTRE HERMANOS

El análisis del texto de Fidel Castro y el apoyo de Raúl a Bachelet terminaron por cristalizar la conclusión que uno de los factores más importantes para entender el impasse es la pugna -cada vez mayor- entre los dos hermanos sobre el rumbo que debe adoptar Cuba. Si bien ese es el principal telón de fondo, en la génesis de lo ocurrido también hay rastros de la molestia del hermano mayor con la actitud del PS chileno hacia su régimen a partir de los '90.
Las divergencias entre los dos hermanos han salido a la superficie sobre todo en el campo de la economía y de la política exterior. Cuando tras una grave diverticulitis Fidel le traspasó la jefatura de Estado a Raúl, hace más de dos años, el hermano menor prometió implementar una serie de reformas económicas, al estilo de China y Vietnam. La extrema lentitud para impulsarlas se atribuye al veto de Fidel, quien ha criticado en sus columnas medidas como la liberación de la venta de celulares y computadores a los cubanos.
El foco principal del conflicto en los últimos dos meses se ha concentrado en la política exterior. Tras la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, Raúl ha buscado una posición negociadora que ha sido puesta en tela de juicio por su hermano mayor. Además de propiciar un diálogo "gesto a gesto" con EEUU, expresión rechazada por Fidel, Raúl se sumó al Grupo de Río para formar una amplia alianza con América Latina y con la Unión Europea para contar con aliados en una mesa de negociaciones con Washington. Su idea es expandir sus alianzas más allá del venezolano Hugo Chávez, a quien considera demasiado inestable, y buscar más apoyo en países como Brasil y México.
Fidel -quien hace 10 días empezó a disparar contra el nuevo presidente de EEUU, con una columna titulada "Las contradicciones entre la política de Obama y la ética"- es partidario de relaciones exteriores más ideológicas, tal como se desprende de sus alusiones a Evo Morales y a Chávez en su texto sobre el encuentro con Bachelet.

LAS CUENTAS CON EL PS

Parlamentarios del PS que integraron la comitiva admiten también que las cuentas pendientes entre el mayor de los Castro y su partido jugaron un rol en la columna que terminó por empañar la gira de Bachelet. "Fidel considera que el PS chileno se ha convertido al neoliberalismo y ha sido muy ingrato con Cuba, que les brindó refugio a sus dirigentes y militantes en la época más dura", dice uno de ellos. "Lo que no se entiende es que le pase esa cuenta a la Presidenta, que se dispuso a pagar altos costos para venir a Cuba".
Bachelet, en todo caso, no es la única damnificada por el tropezón diplomático que tiene como principal telón de fondo la pugna de los Castro. También lo son los parlamentarios socialistas que la acompañaron, todos ellos adversarios de Camilo Escalona, cuyas relaciones con La Habana se enfriaron hace más de una década.
A la lista también se suman los asesores de política exterior de Bachelet que alentaron el viaje, contra la opinión de Foxley, uno de los pocos miembros de la comitiva oficial que no salió magullado de la gira.
Cuando el avión presidencial aterrizó ayer en Santiago y se enteró de la nueva "reflexión" publicada esa madrugada por Castro a título de explicación para superar el impasse, las expresiones de alivio eran notorias. Fue entonces cuando la Presidenta tuvo el gesto que evitó hacer en La Habana: embestir contra Fidel.
El balance, sin embargo, fue lo que siempre ocurre cuando los hermanos que gobiernan con mano de hierro la isla desde hace 50 años se enfrentan. El protagonismo y la palabra final la tiene el mayor de los Castro, por más convaleciente que se encuentre.
Fuentes familiarizadas con lo que ocurre en la isla señalan que si bien Fidel sigue enfermo, su estado de salud ha mejorado en los últimos meses. Eso no le permite volver a ejercer sus funciones, pero le otorga la suficiente energía para sostener rounds con su hermano como el que terminó golpeando la visita de la presidenta Bachelet.

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David Adams
Latin America Correspondent
St Petersburg Times
http://opinion.tampabay.com/adams/

 
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