domingo, 29 de marzo de 2009

Las relaciones exteriores y las demandas de una nueva era.




Por ORLANDO MÁRQUEZ

El año 2009 se ha iniciado para Cuba con un desfile de visitas presidenciales de América Latina. Martín Torrijos, presidente de Panamá, fue el primero. A él le siguieron Rafael Correa, de Ecuador; Cristina Fernández, de Argentina, Michelle Bachelet, de Chile y Álvaro Colóm, de Guatemala. En otro momento las autoridades cubanas deben recibir al presidente de México, Felipe Calderón.

Entre otras cosas, podemos percibir que:

1- Cuba es bienvenida a la región de modo decidido (no a la OEA) después de su participación en la cumbre presidencial de Brasil en diciembre pasado, y los presidentes de la región al mismo tiempo reconocen de facto el traspaso de poder en Cuba.

2- Latinoamérica ha clausurado finalmente el periodo de aislamiento que por tanto tiempo Estados Unidos logró mantener hacia la Isla. La integración de Cuba a la región –que era una “aspiración” en la Constitución de Cuba de 1976, y fue “reafirmada” en las modificaciones constitucionales de 1992–, parece comenzar a tomar forma a inicios del siglo XXI. El tiempo se ha encargado de despejar el camino para que comprendamos que la integración debe lograrse ante todo con los países vecinos, quienes comparten intereses similares, tanto en materia de seguridad como de desarrollo.

Cuba tiene mucho que aportar a la América Latina, y tiene también mucho que aprender de sus vecinos. De este modo el país no solo gana legitimidad en la región, también diversifica y actualiza sus vínculos políticos, culturales y comerciales, mientras da un carácter más racional a las relaciones con Venezuela. Las relaciones que Cuba y Venezuela mantienen en la actualidad no deben sufrir alteraciones mayores, al menos a corto plazo. Pero Cuba parece haber entrado en una nueva etapa que supera los límites del ALBA, una alianza político económica cuya fortaleza pudiera dar síntomas de debilitamiento en cualquier momento, pues depende más de los precios del petróleo venezolano que de la “voluntad revolucionaria” del presidente Hugo Chávez. Por otro lado, el país relanza sus vínculos con Rusia, trata de acomodar sus intercambios de nuevo tipo con China, inicia una nueva etapa en de sus relaciones con la Unión Europea y comienza a considerar una mejoría en las relaciones con Estados Unidos.

En efecto, el éxito no está en el compromiso restringido con una sola nación o grupo de naciones, cuyas estructuras de soporte pueden tener carácter temporal si se sustentan fundamentalmente en proyectos políticos de fuerte contenido antiimperialista, sino en la diversificación de las relaciones y, por tanto, del mercado, del intercambio y la colaboración.


Páginas de gloria internacional, y dolor interno


Pocos países –si alguno– de los que se conocen como pertenecientes al Tercer Mundo, han tenido un protagonismo tan decisivo en la historia del mundo contemporáneo como Cuba. No está bien decir que el país fuera desconocido antes de 1959. Música, deportes, azúcar, y aún tierra de oportunidades para decenas de miles de emigrantes europeos, árabes y asiáticos, fueron indicios de identidad cubana a nivel internacional. Y a ello también contribuyó, con sus luces y sombras, el intercambio de todo tipo con Estados Unidos.

Cuba también llegó a ocupar cierto protagonismo en la élite mundial con fi guras descollantes como Cosme de la Torriente, abogado, diplomático y primer hispanoamericano en ser elegido presidente del Tribunal Penal Internacional de Justicia de La Haya a inicios de los años 20 del pasado siglo; o como Antonio Sánchez de Bustamante, jurista destacadísimo y creador del Código Bustamante, asumido primero por varias naciones de América y que sentó, después, las bases del Derecho Internacional moderno.

Sin embargo, después de 1959, tras la solidificación de ciertos códigos que dieron ropaje al proyecto revolucionario cubano, bautizada la revolución en el aparentemente indestructible credo socialista internacional, y arrastrado así el país por la fuerza gravitatoria de la URSS y de todo el bloque socialista hacia la guerra fría, pareciera que tal proyecto no se completaría sin rebasar las fronteras marítimas del Caribe. No había límites para la revolución cubana, o, en todo caso, el mundo era el límite.

Tras la celebración en La Habana de la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina en 1966, en la que participaron numerosos líderes políticos de países ubicados en esas regiones, y la consiguiente creación de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), el gobierno cubano desató una ofensiva internacional que, si bien pudo haber tenido el visto bueno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como líder del socialismo internacional que aspiraba a expandir su influjo en el hemisferio Sur como contrapeso al capitalismo exitoso prevaleciente en el hemisferio Norte, fue sin embargo una iniciativa lo suficientemente singular y autónoma como para ser identificada “producto de Cuba”, un producto que ha logrado sobrevivir a la desaparición de la era soviética. Aún en el mismo periodo en que la fuerza de la URSS parecía indestructible, la influencia de Cuba en el Tercer Mundo alcanzaba proporciones que hubieran deseado poseer

los sucesivos emperadores del PCUS para sus empeños geopolíticos.

Quizás el clímax de todo este esfuerzo llegó en septiembre de 1979, cuando Cuba pasó a presidir el dividido, pero importante, Movimiento de Países no Alineados (NOAL) tras la Cumbre de La Habana. Sin embargo, tres meses después, tras la invasión soviética a Afganistán y ante la oposición de Cuba a admitir una condena del grupo NOAL a tal afrenta, buscada fundamentalmente por muchos países musulmanes integrantes del movimiento, éste comenzó a ser cuestionado y entró en una nueva etapa de debilitamiento, precisamente causado por la alineación de Cuba con la URSS cuando, de hecho, argumentó a favor de la

invasión en tribunas internacionales como las Naciones Unidas. A pesar de ello, la dirigencia cubana supo desarrollar y multiplicar sus iniciativas de influencia

mundial más allá del movimiento NOAL.

En efecto, el gobierno cubano ha puesto en práctica las directrices

que fija la Constitución para la “política exterior revolucionaria”: solidaridad,

internacionalismo, antiimperialismo… Y todo ello protagonizado por un ejército de ciudadanos formados en las más variadas categorías: soldados, constructores, médicos y técnicos de la salud, artistas, instructores deportivos, asesores políticos y de inteligencia o de movilización de masas. Invaluables recursos humanos acompañados de cuantiosos recursos económicos fueron desplegados en las regiones más insospechadas, expresión de la influencia mundial de la revolución cubana.

El glamour de la épica revolucionaria cubana se podría traducir en miles de muertos en África y otras regiones, en miles de familias cubanas deshechas o en millones de dólares que no fueron invertidos en el desarrollo nacional, pero los dividendos incluyen también prestigio y legitimidad a escala mundial, contribución al fi n del apartheid en Sudáfrica, el surgimiento del Estado namibio, cientos de miles de personas curadas o alfabetizadas, llamar la atención sobre los olvidados del planeta.

Los resultados de tal política van más allá de un puesto en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra a pesar de las numerosas condenas recibidas sobre el tema, o lograr cada año una abrumadora condena a Estados Unidos por un embargo económico que cada vez más personas llama bloqueo. En plena era de globalización, millares de hombres y mujeres de decenas de naciones que se formaron como profesionales en Cuba, de vuelta a sus países o residiendo en otros, forman ya una red de defensores de Cuba y su revolución. Entre ellos hay marxistas, pero también liberales, católicos, budistas y musulmanes, algunos viven como profesionales en su pueblo natal y otros han llegado a los primeros puestos de su país. La Opus Revolutionaris rebasó los límites del Caribe. Una política para una realidad Raúl Roa García, quien fuera por muchos años ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, escribió en octubre de 1968 un artículo en el que afirmaba que la política exterior del país estaba condicionada por la región geográfica donde se ubica, y dictada por “los principios, las necesidades y las aspiraciones del pueblo cubano, de los movimientos de liberación de América Latina, África y Asia y del movimiento comunista internacional” (Raúl Roa, “Política Exterior de la Nación Cubana”, en:

http://cubaminrex.cu/CancillerDignidad/Articulos/Homenajes/2008/Politica.html

Por qué aparece aún hoy, 40 años después de formulada, una declaración de este tipo en la presentación cibernética del MINREX cubano, como si conservara toda su

actualidad y vigencia, no resulta tan incomprensible. El artículo en cuestión abunda en el espíritu antiimperialista de la política exterior cubana, y el imperio, identificado como Estados Unidos por el gobierno cubano, todavía existe. En la misma Constitución cubana, al referirse a las relaciones exteriores, se habla de “principios antiimperialistas”, “política imperialista” y “condena al imperialismo”(Art. 12, incisos ch y d).

Hoy, tanto los “movimientos de liberación” como el “movimiento comunista internacional” son historia, pero el país continúa ubicado en la misma región geográfica, que también ha cambiado. Cuba mantiene un sistema social difícil de definir en el momento presente. Después de las transformaciones ocurridas en el mundo a fines del siglo XX, la fuerza política rectora del país entró en un reacomodo ideológico que aún no ha logrado concretar. Las numerosas contradicciones que observamos, como son la existencia del trabajo por cuenta propia y las trabas que le acosan, la doble circulación de monedas y la correspondiente dualidad de mercados, el salario en una moneda y la estimulación en la otra, las reformas anunciadas y retardadas, la incapacidad del Estado para satisfacer materialmente a la población, así como el aumento y reacomodo de las necesidades de esta última, entre otras cosas, son expresiones de que el país vive aún en el vórtice de la crisis.

Los últimos pasos dados en las relaciones internacionales quizás sean un indicio de que el gobierno cubano comienza a ajustarse al tiempo presente, al comprender que más allá de los proyectos políticos de cada nación, los intereses últimos están centrados en la estabilidad y la prosperidad individual y social, una realidad que depende en mayor medida del mercado, anterior al socialismo e, incluso, al capitalismo. El mercado es esa entidad, tanto local, como regional o mundial, a la que todo individuo o grupo de individuos, nación o grupo de naciones acude para lograr satisfacer sus necesidades primarias de supervivencia y reafirmación, tanto espirituales como materiales. El mercado regulado, donde puedan expresarse a un tiempo libertad, responsabilidad y justicia, es también cultura y, por el mismo hecho, un medio de desarrollo humano.

Por otro lado, hoy Cuba no solo ha logrado darle nuevas esperanzas al movimiento NOAL, que sigue siendo un cuerpo de cierto peso en las relaciones internacionales; es común, en otros organismos y foros mundiales, que los miembros de las delegaciones de numerosos países, antes y durante la promoción de sus iniciativas de proyectos de resolución, propuestas, modificaciones, condenas, o simples sugerencias, busquen asesoría en sus colegas cubanos, expertos en el Derecho Internacional y profesionales negociadores capaces de maniobrar en las diferentes realidades culturales, económicas y políticas.

En la arena internacional todavía hay que contar con Cuba. En las relaciones exteriores, cuando se trata de Estados Unidos, el asunto recibe un tratamiento especial. Aun cuando al Departamento de América del Norte del MINREX cubano corresponda conducir el trato con el vecino del norte, el hecho mismo de que el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, condujera las pláticas bilaterales en materia migratoria –mientras estas duraron–, o sea considerado hoy como un referente especial cuando se trata de conocer el criterio oficial cubano sobre aquel país, es señal del carácter singular que el gobierno concede a las relaciones.

Ciertamente el señor Alarcón, ex ministro de Relaciones Exteriores, es un gran conocedor del tema, de la historia y la política interna y externa de Estados Unidos, y también de sus protagonistas; no obstante es demasiado llamativa su “usurpación” autorizada, que pone en duda la capacidad de los diplomáticos en el Departamento de América del Norte del MINREX, y deja en evidencia la blanda institucionalidad existente en Cuba.

Ambos países pudieran entrar ahora en un nuevo periodo de sus relaciones. Y esto es así no sólo por el cambio de gobierno en Estados Unidos, o por el cambio de presidente en Cuba, pues basta con atenerse tanto a las palabras de Barack Obama y de Raúl Castro en los últimos meses para deducir que ambos son conscientes de la conveniencia de buscar nuevas fórmulas de entendimiento y de que el mundo de hoy no es el de la guerra fría. Si de verdad ambos prestan atención a lo que demanda al respecto la mayoría de los ciudadanos de ambos países, se puede deducir que no hay muchos motivos para posponer el diálogo. No será fácil sin embargo, sobre todo después de tantos años de encono, enfrentamientos, y con no pocas personas influyentes que se oponen, en ambos lados, a la normalización de las relaciones. La regla que se aplica en técnicas constructivas es también válida para las relaciones personales e internacionales: es más difícil reconstruir que destruir. Pero casi nada es fácil en política, y corresponde a los presidentes tomar decisiones que ningún otro funcionario o ciudadano común puede tomar.

Del lado de allá se habló primero de diálogo sin condiciones, después de tantear las posibilidades, pero sin mayores exigencias. De este lado, no se ha hablado tampoco de precondiciones, sino de “gesto por gesto”, además de críticas al embargo o bloqueo económico y hasta de la posibilidad de intercambiar prisioneros: los que quedan en prisiones cubanas detenidos en 2003 y acusados de trabajar al servicio de Estados Unidos, a cambio de los cinco cubanos que permanecen detenidos en Estados Unidos desde 1998, quienes formaban parte de un grupo mayor llamado Red Avispa, acusados de espiar para el gobierno cubano. No sé qué posibilidades reales habrá de materializar esto último, una fórmula que recuerda el periodo de

la guerra fría o el intercambio de prisioneros entre ejércitos en guerra (aunque en nuestro caso aún seguimos en la guerra fría y puede decirse que lo único que ha faltado ha sido declarar oficialmente la guerra). Incluso el poder Judicial en Estados Unidos, a diferencia de Cuba, es independiente del poder Ejecutivo y tampoco está claro que esos cubanos que guardan prisión en Cuba deseen todos trasladarse a Estados Unidos. De cualquier forma, e independientemente de que tal intercambio se concrete, con el respeto de la dignidad de los prisioneros, quizás no sea tan difícil avanzar en este sentido si se lograra un acuerdo mutuo. El presidente de Estados Unidos está “facultado para suspender la ejecución de las sentencias y para conceder indultos tratándose de delitos contra los Estados Unidos, excepto en los casos de acusación por responsabilidades oficiales” (Constitución de los Estados Unidos de América, Artículo II, Sección 2); mientras en Cuba, y de acuerdo con la Constitución vigente, la Asamblea Nacional puede “conceder amnistías” (Artículo 74, inciso f ), y el Consejo de Estado puede “conceder indultos” (Artículo 90, inciso ll).

¿Es este un procedimiento para iniciar una senda de diálogo que ponga fi n al enfrentamiento? No sabemos. Son muchos los caminos que llevan a Roma, también a Washington y a La Habana. El camino de la paz no tiene fórmulas rígidas ni se guía por manuales ideológicos, pues andar ese camino casi invariablemente depende de la buena voluntad de las partes enfrentadas.

Los conflictos suelen surgir cuando se da un choque de intereses y se percibe la necesidad de defender los intereses propios, procurando, en ocasiones, si es posible, dañar o derrotar los intereses del otro. ¿Cuán opuestos están hoy los intereses de Cuba y Estados Unidos? Ciertamente no lo están como lo estuvieron hace 50 años. Y acudir a las razones ideológicas –como a las culturales o las religiosas– para dificultar el diálogo, ha sido siempre cortina de humo levantada para ocultar la incapacidad o falta de voluntad para resolver las diferencias.

Estados Unidos no es hoy una amenaza para Cuba, del mismo modo que Cuba no lo es para Estados Unidos. La estabilidad regional, la migración regulada y el reencuentro familiar, así como el comercio bilateral y la lucha contra el tráfi co de drogas, constituyen hoy intereses comunes de ambas naciones. Si se destierra definitivamente la receta “ganar-perder” y se sustituye por la de “ganar-ganar” sobre todos esos intereses comunes es posible comenzar a andar el arduo pero siempre dulce camino de la paz.

Contrario a lo que tal vez muchos consideran Cuba, a pesar de ser un país pobre, no está a la zaga en materia de globalización. No es la economía lo que sitúa al país en un lugar de cierta relevancia regional y mundial, sino su bien desarrollada red de relaciones supranacionales, así como el intercambio humano dado por la presencia de miles de cubanos que trabajan en otras regiones y por la considerable cifra de jóvenes de diferentes culturas y países que han estudiado y estudian en la Isla. No puede ignorarse el papel que desempeña también el turismo como vía de intercambio cultural y en vías de crecer en los próximos años, si bien por el momento es limitado al planificarse en un solo sentido.

Cuba ha tenido muchos éxitos en las relaciones internacionales, sin embargo no puede decirse lo mismo de las relaciones nacionales. La emigración constante y el delito extendido, por citar dos ejemplos de verdaderas sangrías que padece el país, son síntomas del agotamiento de las viejas estructuras y moldes superados no solo por el tiempo, sino también por la propia cosecha del proyecto social.

Del mismo modo el disenso político, aunque débil, es un reto que no puede ser ignorado por mucho más tiempo, o atacado con argumentos propios de la guerra fría, en un mundo globalizado e interconectado, sin levantar sospechas, dudas y cuestionamientos. El reconocimiento de los derechos sociales y políticos de quienes piensan de modo distinto –aunque fuesen minoría– ha sido una carencia y una debilidad ética del proyecto socialista cubano, que solo ha tenido para tal reto dos propuestas siempre controvertibles y nada justas: el castigo o el exilio. Pero ni la emigración, ni el delito ni el disenso desaparecerán con leyes y retórica, de hecho muchos de los que apelan a la retórica terminan emigrando u ocupando puestos ventajosos para obtener por vías irregulares lo que no podrían haber obtenido en puestos inferiores. El discurso contra la unanimidad y el igualitarismo del presidente Raúl Castro, permite suponer un cambio de actitud que vaya dejando atrás las absurdas y abundantes restricciones, a la vez que se democratiza la vida nacional y se desatan nuevas oportunidades para desarrollar el talento ciudadano, que es desarrollar el país. Para dejar de ser un país pobre y dependiente hay que proponérselo, aceptar el riesgo y actuar en consecuencia.

La era de la globalización trae consigo nuevos compromisos internacionales que exigen también nuevos compromisos nacionales. La voluntad de integración y el aprovechamiento de las oportunidades que pueda brindar una globalización racional y ética, dependen hoy en gran medida del reacomodo de la ingeniería social y su saneamiento y de la promoción de las potencialidades internas de cada país. Salud y educación no son ya suficientes.

Libertad, oportunidad, trato justo, reforma institucional, entre otras, son exigencias para cada país que desee avanzar y ser respetado en el mundo del siglo XXI. Actuar de modo contrario no implicará la desaparición de tal país, si o su congelación en el tiempo, o su permanencia en un estado de mediocridad planificada, una desventaja cada vez más difícil de superar. Es sumamente difícil integrarse y hablar de respeto a la diversidad, o demandar igualdad de oportunidades para grandes y pequeños cuando se trata de naciones, al tiempo que esas virtudes son engavetadas a nivel local. Acercarse al mundo hoy día implica no solo llevar y traer ofertas económicas, sino también ser transparente y aceptar rendir cuentas a nivel internacional.

La integración regional y mundial demanda una sana integración nacional que pasa por el mejoramiento de las relaciones internas. El reclamo de Juan Pablo II de que Cuba se abra al mundo y de que el mundo se abra a Cuba, mantiene toda su vigencia. Nuestro país puede esforzarse en mejorar aún más su imagen internacional con gestos continuados de solidaridad e internacionalismo, pero es necesario

ahora procurar la convergencia política de las relaciones internacionales y las relaciones nacionales. El éxito del país descansa hoy en esa coherencia política impulsada por una ética única, tan válida ad intra como ad extra, como los dos raíles que definen un mismo sendero. El precio por romper el aislamiento es el premio aún no alcanzado por la sociedad cubana.


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